"Mis deseos son órdenes para mí." (Oscar Wilde)

sábado, 2 de agosto de 2014

Así empieza

Ya tomaron café, ya conversaron sobre temas intrascendentes, ya comprobaron que comparten algunos gustos y que en otras preferencias no podrían ser más opuestos.
Ella ya se descalzó un pie, en un gesto de familiaridad que a él no le pasó inadvertido. Él ya se ofreció a preparar más café, y encontró sin esfuerzo las cucharitas antes de que ella llegara a indicarle dónde estaban.
Hasta prendieron la tele y se rieron un rato con un episodio de una serie que les gusta. Los dos ya lo habían visto, pero no les importó.
Con cuidado esquivaron durante un rato algunos temas difíciles, pero después descubrieron que no hacía falta y se zambulleron de cabeza en amores frustrados, proyectos que querían emprender pero aún no sabían cómo, el infaltable conflicto familiar que cada uno cargaba en sus espaldas. Ahora hay silencios que no se molestan en llenar; están cómodos, el café está bueno, no hace falta más. La amistad es un puerto seguro, fácil, sereno.
Pero empieza a llover.
El viento golpea contra la ventana y silba por las rendijas. En el balcón, el agua martilla un toldo inútil y el sonido se vuelve ensordecedor. Los truenos aportan lo suyo, como un buen golpe de percusión en la orquesta.
Ella se estremece un poco y se abraza a un almohadón del sofá, como buscando abrigo. Es verdad que ahora hace un poco más de frío y está un poco más oscuro.
De pronto, la amistad ya no parece un puerto seguro, fácil ni sereno.
La mirada de ella es la primera en darse por vencida, pero es la voz de él la que pronuncia la obvia contraseña.
-Llueve.
En voz baja, casi inaudible, ella corrobora:
-Sí.
En voz igualmente baja, él continúa:
-Por acá no pasan muchos colectivos, ¿no?
-No.
Los dos se levantan del sofá y van hacia la ventana, como queriendo verificar que la lluvia es real y no solamente una excusa perfecta.
-Cada vez llueve más -confirma ella, y da un paso hacia él.
-Sí -dice él, y da otro paso.
-Esta cuadra se inunda a veces -informa ella, y avanza más.
-Mirá vos -comenta él, y con un paso más largo borra la distancia y los dos abandonan el puerto y se lanzan a la deriva de la tormenta.
Ahora navegan sin certeza ni brújula, en un barco de sábanas blancas que se mece en la lluvia, riéndose de la serenidad de un rato antes y mirando, por primera vez, hacia el mismo horizonte.

4 comentarios:

  1. Cuento escrito en el taller, bajo la consigna "Un fenómeno meteorológico desencadena un acontecimiento". Me pareció adecuado para publicar en una noche de tormenta.

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  2. Es lindo, me fascina la lluvia desde su sonido, el aroma, todo evoca recuerdos y a veces hasta inspira historias.
    Saludos ;)

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  3. Hermoso. ¡Como siempre, bah! Es decir, nada nuevo bajo el sol. O en la tormenta... Besos

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