"Mis deseos son órdenes para mí." (Oscar Wilde)

sábado, 8 de mayo de 2010

Del arte ¿perdido? de escribir cartas (y conservarlas)

Además del querido diario, antes yo escribía muchas cartas (sí, pueden decirme que tengo gustos anticuados). Cuando era chica tenía amigas por correspondencia, que había contactado a través del Billiken. Las elegía de localidades lo más lejanas posibles; no me interesaba conocerlas personalmente, la gracia estaba en ser amigas "de papel".
El ritual de escribir esas cartas era un momento que atesoraba. Nos contábamos cosas del colegio, intercambiábamos papeles con dibujitos y stickers. A las amigas "preferidas" les escribía con más detalle, en hojas más lindas, con mi mejor letra. Y adoraba ir todos los días a revisar el buzón de casa, siempre a la misma hora, para ver si había cartas nuevas.
¿Qué conservé y qué perdí al pasar del correo de papel al e-mail?
Reviso mis casillas con la misma ansiedad con que antes abría el buzón. Me tomo mi tiempo para responder (no me gustan los mails "telegráficos"); sigo escribiendo largo, como si conversara (¡y sin abreviaturas!); agrego emoticones, como antes agregaba dibujitos y corazones.
Lo que extraño es lo que involucra los sentidos: la textura de un sobre; la caligrafía que reconozco y me alegra reencontrar (o la que no reconozco y me intriga); el color del papel, de la tinta; las estampillas, para despegarlas del sobre y coleccionarlas.
Me falta toda esa sensualidad. Y tanto la extraño, que suelo imprimir algunos mails muy especiales, para poder tocarlos al leerlos. Aunque no haya una caligrafía que reconocer.
Una carta puede ser un talismán, que uno tiene a mano para recordar mejor al otro, para sentir que, acariciando ese sobre, acariciamos la mano que lo escribió.
Así que a veces está bueno imprimir un mail y llevarlo en la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Está bueno que nuestros dedos se tropiecen de vez en cuando con ese papel que, con el tiempo, empieza a deshilacharse, a desteñirse. Releer palabras que a lo mejor ya nos sabemos de memoria, pero ¿qué importa? Inventarle a esa hoja algún poder: cierta capacidad de hacernos compañía, de reemplazar o completar una presencia, un recuerdo. De darnos suerte. De entibiarnos.
¿A quién llevarían ustedes?