"Mis deseos son órdenes para mí." (Oscar Wilde)

domingo, 28 de marzo de 2010

Cosas raras

Últimamente tengo ganas de ver cosas raras. Me explico mejor: me gustaría tener los sentidos más despiertos para poder detectar esos misterios cotidianos, que a veces pasan a nuestro lado y que ni siquiera percibimos (o sí, pero no les damos importancia). Un aroma, una luz especial, un color que nunca vimos, una persona que nos recuerda a otra que nunca conocimos pero sentimos que sí. Pero también algún hecho inusual, un acontecimiento que me haga dudar de mi razón y que instale la fantasía como algo concreto en la realidad cotidiana.
Por ejemplo, algo que me sucedió hace unos tres meses: una tarde, en la esquina de Acoyte y Rivadavia, en plena hora pico, un hombre pasó caminando para atrás, sin siquiera girar su cabeza para no atropellar a nadie, como si pudiera atravesarnos a todos. A toda velocidad, y con una sonrisa de oreja a oreja, caminaba a grandes zancadas. Tendría unos cuarenta y pico, el pelo más bien largo y un aire de juglar medieval (no, no me pregunten, no sabría explicarles cómo es el "aire de juglar medieval"). Casi me lleva por delante; finalmente se estrelló contra una mujer, su hija y su mochila. ¿Creen que eso lo detuvo? Para nada. Cruzó Acoyte caminando hacia atrás, con la gente apartándose a su paso. Me quedé mirándolo hasta que lo perdí de vista. Y me arrepentí de no haberle preguntado quién era, qué hacía y por qué.
Pero ahora me parece que es mejor no haberlo hecho. Ese hombre, ese juglar medieval, se va convirtiendo poco a poco en un personaje. Le agrego detalles, me concentro en describir su aspecto, en retratar las caras de las personas que lo miraban atónitas, en lo que yo sentí al verlo. Y entonces, ocurre el milagro: surge la semilla de un cuento.
No sé cuándo lo escribiré, tal vez esta experiencia se quede hibernando durante años en mi cabeza y en algún cuaderno. Tal vez mañana me despierte y escriba la historia de un tirón. Pero ahí está, esperándome.
¿Se entiende por qué quiero que me pasen más cosas raras? Quiero más historias como esa. El mundo está lleno de cuentos que esperan ser escritos. No quiero perdérmelos.

sábado, 20 de marzo de 2010

Querido diario

Pedí que me regalaran mi primer diario íntimo a los 10 años. Era azul, de falso cuero, con una foto muy cursi de una pareja de enamorados vestida de blanco, y las palabras ¨Mi Diario¨ grabadas en dorado, por si hubiera alguna duda. Y tenía cerradura y llave. Eso era fundamental. Porque, ¿acaso la finalidad de un diario no era escribir algo que NADIE tenía que saber?
Me desengañé muy pronto, al darme cuenta de que la cerradura y la llave eran pura pinta, y al saber que mi hermano y mi prima ya habían logrado leerlo a mis espaldas.
Por un tiempo, el pudor que esto me produjo me alejó del ritual del diario íntimo. Hasta que empecé el secundario. Entonces, un amor imposible (pa' variar) me hizo reincidir. Esta vez elegí uno con candado, pero escondí mejor la llave. Era muy rosa y (otra vez) muy cursi, y lo escribí como si fuesen cartas dirigidas, precisamente, a mi amor imposible. No era muy original mi idea: había leído el Diario de Ana Frank, que le escribía a una amiga imaginaria llamada Kitty, y me pareció buena idea imitarla.
Abandoné ese diario al mismo tiempo que cambié de amor imposible. Pasé al ritual de la agenda: TODAS las chicas teníamos una. La gracia era llenarlas con dibujos, stickers, frases que creíamos muy profundas (como por ejemplo "La amistad es como el aire, sin ella no se puede vivir") y relatos abreviados de las fiestas a las que íbamos y de qué habíamos hecho en la hora libre de Matemática.
Terminé el secundario... y seguí con la rutina de la agenda. Ya sin dibujitos, pero con una obsesión de cronista de mi propia vida. Me parecía importante anotar todo lo que había vivido cada día, para que, pasado el tiempo, pudiera recordar con precisión cada momento. Y me torturaba cuando pasaban días sin que escribiera nada. Temía haber perdido el registro de algo importante de mi vida... aunque sólo hubiese podido anotar "fui al cumpleaños de Fulanita").
En mi vida adulta, ya abandonada la obsesión de cronista, empecé varias veces diarios que nunca pude seguir. Por aquello de la lujuria de los cuadernos nuevos (¿se acuerdan?), los empezaba con gran entusiasmo... y luego, al comprobar que no tenía nada que valiera la pena contar, los dejaba a medio escribir (eso se volvía una buena excusa para comprar otro cuaderno... ¡qué promiscua!).
Quizás el error estaba en que había llegado a creer que lo que se cuenta en un diario tiene que ser "importante", "trascendente", "revelador" (eso me pasó por leer diarios de escritores, que hacen literatura hasta con el relato de lo que tomaron en el desayuno).
Ahora tengo un blog, que viene a ser una especie de diario. Y no tengo nada "importante", ni "trascendente", ni "revelador" que contar.
Pero, ¿no se suponía que en un diario se escribe lo que no queremos que nadie más sepa?
Yo escribo un blog para que todos sepan.
¿Que sepan qué?
Que me emociona demasiado la lluvia.
Que decidí hacer las paces con la poesía.
Que los cuadernos nuevos me apasionan.
Que escribir es lo que más quiero hacer en la vida.
Y todo esto en apenas una semana de existencia del blog.
Miren cuánto que expuse de mí. Miren cuánto saben de mí ahora.
Che, ¿no será exhibicionismo esto?
Y bueno. Después de todo, la realidad es que uno escribe para que lo lean (aunque escondamos ingenuamente mal la llave del candado).
Querido diario (digo, querido blog): hoy fui feliz. Nada importante. Sólo eso. Pero no le cuentes a nadie.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Qué recuerdo/pienso/siento cuando llueve

Una tarde, cuando tenía cinco o seis años, chapoteando con mi hermano en el patio de casa porque queríamos estrenar nuestras botitas de lluvia nuevas.

Un mediodía, en el colegio, horas antes de mi fiesta de quince, con mis compañeros preguntándome si podían venir en canoa a mi fiesta (la tarde después mutó a un sol esplendoroso, y la noche fue perfecta).

Unas vacaciones en La Cumbrecita, donde en verano llueve todos los días a las seis de la tarde, con una puntualidad asombrosa.

Mi hija abriendo la boca para atrapar gotitas de lluvia.

La primera vez que anduve a propósito sin paraguas (hace tan poquito que no puedo creer cómo no lo hice antes).

Les Luthiers cantando "Lluvia, lluvia, ven, ven, veeen a míiiii, te necesitooooo... desde que te fuiste estoy sedientooooo...".

Las luces de los coches reflejándose en el asfalto mojado.

Una siesta, en muy buena compañía, con la lluvia ametrallándonos desde el techo, y nada de ganas de dormir.

Gene Kelly, bailando en el falso cordón de una falsa vereda, bajo una falsa lluvia... pero qué lindo verlo bailar, como si flotara...

Una tarde que convirtió la palabra "llueve" en una contraseña hacia la magia.

Irme a dormir escuchando la lluvia... lo mejor. Y a eso voy.
Buenas noches. Buenas lluvias.

lunes, 15 de marzo de 2010

Primer poema para chicos

Semilla

Un deseo de ser árbol
hace tiempo está guardado
en una cajita tibia
como un pan recién horneado.

El deseo crece adentro,
como un bebé en panza llena,
hasta que el viento lo llama
y lo recibe la tierra.

Se zambulle muy contento:
le crecen brazos y piernas,
un tallo largo y delgado
y brotes con alma tierna.

Un deseo de ser árbol
de a poco se despereza:
reguemos pronto la tierra,
porque esto recién empieza.

domingo, 14 de marzo de 2010

Tratando de amigarme con la poesía

La poesía y yo no nos llevamos muy bien. Bah, cuando era chica escribí unos poemas espantosos que me desengañaron tempranamente de ser poeta. La rima era un escollo insalvable. Ni hablar de la métrica.
Ya más grande, probé con el verso libre. No me liberó ni un poquito. Y encima, los poemas que escribí los regalé al lector equivocado.
Pero resulta que este año siento que tengo inmunidad poética. O no sé cómo llamarlo. Quizás simplemente "¿Y por qué no?"
En pleno ataque de valentía, no le temo ni siquiera a la rima (bueno, un poquito sí, pero no tanto).
Veremos qué pasa. Es un experimento. Puede fallar. O no. Capaz que no. Ojalá que no.
Estaría bueno.

sábado, 13 de marzo de 2010

La lujuria del cuaderno nuevo

Me compré un cuaderno nuevo hace poco más de una semana. Divino, hecho a mano, forrado con papel marmolado naranja y rojo. Otro cuaderno más, y van... muchos. Todos me esperan, vacíos, limpitos, impecables. Esperan que escriba, claro.
Me tienen demasiada paciencia. A algunos de ellos hace años que los tengo vacíos, limpitos, impecables. Pobres.
Las excusas para no escribir no las escribo nunca. Las mastico, me vuelvo una rumiante de mis propias excusas, me indigesto con ellas. Y me caen pésimo.
Me parece que es hora de buscar un remedio: voy a inventar otras excusas... pero para escribir.
Para que los cuadernos engorden, se ensucien, se deformen de tantas palabras que les voy a escribir encima.
Podrían pensar que, ahora que tengo un blog, los cuadernos van a quedar abandonados porque voy a querer escribir TODO aquí. Error.
Nada mejor que un cuaderno en la cartera.
Además... debo confesarlo: entre los cuadernos y yo hay mucho más que papel y renglones (a veces, ni renglones hay). Hay lujuria. Oh, sí, lujuria total. Lo admito, soy viciosa. Los acaricio, los abro, los cierro, los huelo. Pura pasión, eso es lo que hay entre mis cuadernos y yo. Aunque estén vacíos.
Porque los vacíos, tarde o temprano, se llenan.
Díganmelo a mí.
¿Y un blog vacío, se llenará? Tarde o temprano, también.
De excusas. Pero no de las que me impiden escribir, sino de las otras, las que me invitan a hacerlo.
Excusas de escritora, qué tanto.
Sí, ya va siendo hora de que me cuelgue el cartelito de una vez. Escritora. Y punto (aparte, no final).