"Mis deseos son órdenes para mí." (Oscar Wilde)

domingo, 4 de julio de 2010

Regalos

El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra: a que todos hicieron alguna vez un regalo sin ganas, sin pensar en la persona que lo recibiría. ¿Verdad que sí? Yo también, pero me da una culpa terrible. Siento que, si no pienso en algo especial para el homenajeado, lo estoy traicionando. Y, en cierto modo, es así.
A ver, hagamos una lista de típicos regalos "despersonalizados": pañuelos, medias, agendas, jabones, toallas, repasadores de cocina, calendarios, monederos, corbatas, cinturones... La lista podría continuar, pero ya me aburre de sólo leerla.
Eso para no hablar del "reciclaje de regalos", otra práctica que me da muchísima culpa y que consiste (como también todos habrán hecho alguna vez) en regalar algo que a su vez nos regalaron y que no nos gusta o no nos sirve para nada (dicho sea de paso, alguna vez tendré que escribir ese cuento que me ronda desde hace tiempo, acerca de un regalo que circula de pariente en pariente por varias generaciones, sin que nadie admita jamás que es "reciclado").
Yo tengo una especie de Ley Personal del Regalo: trato de elegir siempre algo que la otra persona no "necesite". Por ejemplo, cuando se acerca el cumpleaños de mi viejo y mi mamá me insinúa "a tu papá le hacen falta unas zapatillas", voy corriendo a averiguar cuánto sale una brújula, o un libro de física, o cualquier cosa menos las necesarias zapatillas. Yo regalo cosas "para jugar", cosas que brinden el placer, aunque sea momentáneo, de escapar de "lo que hace falta".
Se me dio por pensar en los regalos que más me gusta recibir (y que conste que no estoy mangueando, eh, mi cumple ya pasó hace rato). No sólo libros, eso está fuera de discusión. Un libro es una apuesta segura en mi caso. Pero además, amo los regalos inesperados, los que a mí no se me hubiese ocurrido comprar. Me provocan el placer inmenso de comprobar que quien me hizo ese regalo descubrió en mí algo que a veces ni siquiera yo misma conocía, y que me hace merecedora de ese objeto especial.
A ver, voy a hacer una lista de algunos regalos maravillosos que me han sorprendido y emocionado, por distintas razones:
- Un sacapuntas con forma de carroza de Cenicienta
- Una minilámpara de lectura, plegable, que se engancha en el libro
- Un pisapapeles de cristal con una flor de resina azul adentro
- Un reloj traído de Alemania casi de contrabando
- Un caleidoscopio que, en vez de vidriecitos de colores, tiene una lente para que las imágenes se formen según lo que estamos enfocando
- Un platito de cerámica con forma de tetera, para apoyar los saquitos de té al sacarlos de la taza (ven, este es un claro ejemplo de algo totalmente inútil... ¡pero tan lindo!)
- Un lápiz portaminas caríiisimo, de metal, un lujo
- Un perfume de rosas, con un pimpollo de verdad flotando dentro
- Un colgante con un dije de Tweety
- Una figurita de un guapo de tango apoyado en un farol... tallada íntegramente en un fósforo
- Una caja de acuarelas
- Un alhajero de madera tallada
- Una olla y una sartén (no se rían, no saben todo lo que significan ESA olla y ESA sartén)
- Un libro que ya tenía... pero que no me importó tener repetido.
Regalos inesperados. Regalos para descubrirme y para descubrir algo nuevo en las personas que me los dieron.
Ahí está la gracia del acto de regalar.
Descubrámonos. Sorprendámonos. Entreguémonos, envueltos para regalo.