"Mis deseos son órdenes para mí." (Oscar Wilde)

sábado, 20 de marzo de 2010

Querido diario

Pedí que me regalaran mi primer diario íntimo a los 10 años. Era azul, de falso cuero, con una foto muy cursi de una pareja de enamorados vestida de blanco, y las palabras ¨Mi Diario¨ grabadas en dorado, por si hubiera alguna duda. Y tenía cerradura y llave. Eso era fundamental. Porque, ¿acaso la finalidad de un diario no era escribir algo que NADIE tenía que saber?
Me desengañé muy pronto, al darme cuenta de que la cerradura y la llave eran pura pinta, y al saber que mi hermano y mi prima ya habían logrado leerlo a mis espaldas.
Por un tiempo, el pudor que esto me produjo me alejó del ritual del diario íntimo. Hasta que empecé el secundario. Entonces, un amor imposible (pa' variar) me hizo reincidir. Esta vez elegí uno con candado, pero escondí mejor la llave. Era muy rosa y (otra vez) muy cursi, y lo escribí como si fuesen cartas dirigidas, precisamente, a mi amor imposible. No era muy original mi idea: había leído el Diario de Ana Frank, que le escribía a una amiga imaginaria llamada Kitty, y me pareció buena idea imitarla.
Abandoné ese diario al mismo tiempo que cambié de amor imposible. Pasé al ritual de la agenda: TODAS las chicas teníamos una. La gracia era llenarlas con dibujos, stickers, frases que creíamos muy profundas (como por ejemplo "La amistad es como el aire, sin ella no se puede vivir") y relatos abreviados de las fiestas a las que íbamos y de qué habíamos hecho en la hora libre de Matemática.
Terminé el secundario... y seguí con la rutina de la agenda. Ya sin dibujitos, pero con una obsesión de cronista de mi propia vida. Me parecía importante anotar todo lo que había vivido cada día, para que, pasado el tiempo, pudiera recordar con precisión cada momento. Y me torturaba cuando pasaban días sin que escribiera nada. Temía haber perdido el registro de algo importante de mi vida... aunque sólo hubiese podido anotar "fui al cumpleaños de Fulanita").
En mi vida adulta, ya abandonada la obsesión de cronista, empecé varias veces diarios que nunca pude seguir. Por aquello de la lujuria de los cuadernos nuevos (¿se acuerdan?), los empezaba con gran entusiasmo... y luego, al comprobar que no tenía nada que valiera la pena contar, los dejaba a medio escribir (eso se volvía una buena excusa para comprar otro cuaderno... ¡qué promiscua!).
Quizás el error estaba en que había llegado a creer que lo que se cuenta en un diario tiene que ser "importante", "trascendente", "revelador" (eso me pasó por leer diarios de escritores, que hacen literatura hasta con el relato de lo que tomaron en el desayuno).
Ahora tengo un blog, que viene a ser una especie de diario. Y no tengo nada "importante", ni "trascendente", ni "revelador" que contar.
Pero, ¿no se suponía que en un diario se escribe lo que no queremos que nadie más sepa?
Yo escribo un blog para que todos sepan.
¿Que sepan qué?
Que me emociona demasiado la lluvia.
Que decidí hacer las paces con la poesía.
Que los cuadernos nuevos me apasionan.
Que escribir es lo que más quiero hacer en la vida.
Y todo esto en apenas una semana de existencia del blog.
Miren cuánto que expuse de mí. Miren cuánto saben de mí ahora.
Che, ¿no será exhibicionismo esto?
Y bueno. Después de todo, la realidad es que uno escribe para que lo lean (aunque escondamos ingenuamente mal la llave del candado).
Querido diario (digo, querido blog): hoy fui feliz. Nada importante. Sólo eso. Pero no le cuentes a nadie.

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